El arte japonés ha
estado marcado por su insularidad, aunque a intervalos ha ido recibiendo la
influencia de las civilizaciones continentales, sobre todo de China y Corea.
Gran parte del arte producido en Japón ha sido de tipo religioso: a la religión
sintoísta, la más típicamente japonesa, formada alrededor del siglo I, se
añadió el budismo en torno al siglo V, forjando un sincretismo religioso que
aún hoy perdura. Período Kofun (200-600): en este período
encontramos las primeras muestras de pintura, como en el enterramiento real de
Ōtsuka y las tumbas en forma de dolmen de Kyūshū (siglos
V-VI), decoradas con escenas de caza, guerra, caballos, pájaros y barcos, o
bien con espirales y círculos concéntricos. Período Asuka (552-646):
la llegada del budismo produjo en Japón un gran impacto a nivel artístico y
estético, con fuerte influencia del arte chino. La pintura seguía los patrones
chinos, en tinta o pigmentos minerales sobre seda o papel, en rollos de
pergamino o colgando de la pared. Denota un gran sentido del dibujo, con obras
de gran originalidad, como el relicario de Tamamushi (Hōryū-ji). Período
Nara (646-794): en esta época tuvo su apogeo el arte budista,
continuando con gran intensidad la influencia china. La pintura está
representada por la decoración mural de Hōryū-ji (finales del siglo VII) y
por kakemonos y makimonos, historias pintadas
en un largo rollo de papel o seda, con textos relatando las diversas escenas
o sūtras. A mediados del período se puso de moda el estilo
pictórico de la dinastía Tang, como se vislumbra en los murales
de la tumba Takamatsuzuka, de alrededor del año 700. Período
Heian (794-1185): la iconografía budista tuvo un nuevo desarrollo con la
importación de dos nuevas sectas del continente: Tendai y Shingon.
En pintura, la aparición de la escuela de yamato-e («pintura
japonesa») supuso la independencia de la pintura japonesa de la influencia
china. Se caracteriza por su armonía y su concepción diáfana y luminosa, con
colores vivos y brillantes, líneas simples y decoración geométrica. Las obras
principales se encuentran en los monasterios budistas (Byōdō-in, Kongōbu-ji),
y en los rollos manuscritos emaki, como la Historia de
Genji. Pese a ello, la influencia china (pintura kara-e)
continuó en edificios públicos y oficiales, ya que estaba ligada al prestigio
funcionarial.
Período
Kamakura (1185-1333): en esta
época se introdujo en Japón la secta zen, que influyó poderosamente en el arte
figurativo. La pintura se caracterizó por un mayor realismo y por su
introspección psicológica, desarrollándose principalmente el retratismo y el
paisajismo. Continuó el estilo yamato-e y la pintura
narrativa en rollos, algunos de hasta 9 metros de longitud. La pintura
relacionada con la secta zen era de influencia más directamente china, trazada
en sencillas líneas de tinta china siguiendo la máxima zen de que «demasiados
colores ciegan la visión». Período Muromachi(1333-1573): en
este período floreció notablemente la pintura, enmarcada dentro de la estética
zen. Predominó la técnica de la aguada (sumi-e), perfecta
transcripción de la doctrina zen, que pretendía reflejar en los paisajes lo que
significan, más que lo que representan, destacando Sesshū Tōyō,
autor de retratos y paisajes. Cabe mencionar también la Escuela Kanō,
fundada por Kanō Masanobu, que aplicó la técnica de la aguada a
temas tradicionales. Período Momoyama(1573-1615): el arte de esta
época se alejó de la estética budista, remarcando los valores tradicionales
japoneses, aunque durante este período se recibieron las primeras influencias
de Occidente. En pintura, la escuela Kanō recibió la mayoría
de encargos oficiales, desarrollando la pintura mural de los principales
castillos japoneses (Kanō Eitoku, Kanō Sanraku). Continuó el
estilo yamato-e principalmente entre la clase burguesa,
representada por la escuela Tosa, que continuó la tradición épica
japonesa de escenas históricas y paisajes, destacando las figuras de Tosa
Mitsuyoshi y Tosa Mitsunori. Período Edo(1615-1868):
este período artístico se corresponde con el histórico de Tokugawa, en el que
Japón se cerró a todo contacto exterior. Se desarrolló notablemente la pintura,
que adquirió gran vitalidad, destacando Maruyama Ōkyo, Tawaraya
Sōtatsu y Ōgata Kōrin, así como el género ukiyo-e («estampas
del mundo flotante»), desarrollada alrededor de la técnica del grabado —principalmente
xilografía—, que destacó por la representación de tipos y escenas populares
(Hishikawa Moronobu, Kitagawa Utamaro, Katsushika
Hokusai, Utagawa Hiroshige).


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